
No es común -al menos en nuestro medio-, encontrar dos artistas que puedan conformar un colectivo en el que coinciden permanentemente, manteniendo al mismo tiempo su propio
desempeño y cuerpo de intereses. Es el caso de Carolina Borrero y Lucas Gallego.
Borrero viene realizando un trabajo delicado y cuidadoso sobre los seres vegetales. Valiéndose de la fotografía, el dibujo y ensambles vegetales principalmente, y con la actitud de una estudiosa de la botánica, que lo es, trabaja las nociones de huella, permanencia, desaparición, tránsito vital y
alteración ecológica.
Gallego, interesado inicialmente por el paisaje logrado a través de la cámara fotográfica, se ha ocupado posteriormente de la cartografía y las imágenes satelitales, y de la construcción de objetos, principalmente en madera, para enseñarnos las catastróficas dimensiones de la deforestación
selvática en Colombia.
Es interesante buscar el punto de encuentro entre estas dos perspectivas sobre la naturaleza y su representación: la casi microscópica atención de la taxonomista botánica, por un lado, y la de la geografía digital y sus traducciones a la escultura, por otro.
Como acabamos de describir, a ambos les preocupa algo fundamental: la separación entre naturaleza y cultura, que nos está llevando a nuestra propia destrucción como especie. El punto de
encuentro es entonces, al menos en ésta ocasión, un lugar intermedio entre lo micro y lo macro: la proporción humana, la ciudad, el habitar.
A través de la cita expresa al París de Haussmann y a la presencia de la estructura casi transparente de un tótem-rascacielos, Borrero y Gallego nos llevan a dos de los (múltiples y posibles) orígenes de la ciudad de hoy: por un lado, el viejo París de mitad de siglo XIX, barrido por la visión racional higienista de Haussmann; por otro, los edificios de acero y vidrio de la arquitectura norteamericana del siglo XX, que hoy son norma en cualquier ciudad del mundo. En conjunto dos reflejos del ámbito de la modernidad, de su fe en la tecnología y el progreso, que pasa por encima de los órdenes anteriores, de la ciudad, siguiendo a Marx “donde lo viejo es destruido pero lo nuevo no permanece, donde todo lo sagrado se profana, donde todo los sólido se desvanece en el aire.”
Es en ese escenario urbano heredado, racionalizado, higienizado y geometrizado dónde hoy en buena medida se desarrollan nuestras vidas, un reflejo del gran mito de la civilización occidental,
que ha separado naturaleza y cultura, que ha privilegiado la mente sobre el cuerpo, el dominio sobre la coexistencia. Si miramos a ese pasado fallido y a un futuro poco prometedor de inminente
catástrofe ambiental global, ¿cómo recuperar la utopía? Quizá volviendo a sus raíces.
En sus trayectorias, individuales y combinadas, Borrero y Gallego se valen de una metodología casi científica, clasifican especies y zonas vegetales, utilizan la fotografía como documento, la imagen
geo satelital y el calco, el plano arquitectónico y el boceto digital, materialmente se valen la madera reciclada y las probetas de vidrio, exploran lo investigativo y lo instalativo, la precisión y el balance, pero lo hacen con cierto escepticismo. De ahí como resultado ese tótem estructural y monolítico, geométrico y racional, tecno científico y tecnólatra a la vez.
Pero es precisamente allí, en su núcleo, en su mismo centro, donde el arte y la vida pueden actuar.
Es allí donde Borrero y Gallego señalan que es posible sembrar, incubar una nueva posibilidad de vida. Allí, pueden enraizar delicadamente plantas aéreas, orquídeas, musgos, brotes y chusques.
Abrir la posibilidad al aire, la tierra y el agua, soportes imprescindibles para la vida.
Es una perspectiva optimista frente al futuro. Quizá la humanidad, para Borrero y Gallego, una fuerza natural masiva y fuera de control, pueda reconocerse en su propia finitud, en su propia fragilidad y vulnerabilidad, y encuentre el camino a una nueva edad de la tierra.
SANTIAGO RUEDA FAJARDO
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